2013-05-20

Dilemas y agradecimiento

A veces sucede en esto de la conservación que por discreción deben ocultarse detalles que puedan comprometer la seguridad de los elementos (vivos) de mayor valor y vulnerabilidad, especialmente en un territorio tan humanizado como el nuestro. Si alguien descubre una nueva población, una colonia o un asentamiento de una especie de interés por cuya eliminación claman cazadores, agricultores, pescadores o madereros, vale más callar y trabajar en secreto… hasta que el inminente proyecto de una obra pública, un plan urbanístico, una prueba deportiva o incluso una actividad didáctica de carácter ambiental, obligan a mover ficha. ¿Qué hacer? ¿Divulgar y rezar para que nadie cometa burradas, incluso adrede? ¿O callar y resignarse? La respuesta siempre es la primera.


Entonces se impone hacer en un tiempo récord la labor que conscientemente no has querido hacer antes: alegar, divulgar y emplazar a las autoridades a que cumplan su cometido y conserven la población, colonia o asentamiento. Lo más triste de esto es la causa de tal actitud: los conservacionistas son conscientes de que no existe voluntad para ello en las instituciones encargadas de velar por la conservación de la naturaleza; y aún si en un momento hubiera voluntad, tampoco habría capacidad, ya que los medios humanos, financieros y materiales son a todas luces insuficientes para ejecutar su cometido como es debido.

A veces también falla el factor humano: deportistas, e incluso entidades deportivas, incapaces de asumir el valor del patrimonio natural vivo —sí, ése al que, si no tratamos bien, le da por extinguirse— que anteponen el placer particular de correr, pedalear, volar, escalar, pescar, navegar… en el medio natural y sin limitaciones, a la conservación de ese mismo entorno, patrimonio común, cuando a poco que se respeten unas mínimas limitaciones espaciales o temporales, o de intensidad, su actividad puede ser perfectamente compatible con la conservación. (Huelga decir que cuando la amenaza proviene del mundo de la pasta, el desencuentro es bastante más duro).

El caso es que nuestras precauciones nos obligan a estar pendientes de los medios de comunicación, pues las amenazas llegan del ámbito que menos se puede uno esperar, y cada vez va cobrando mayor peso en nuestra actividad habitual el ir apagando fuegos, cada vez con mayor frecuencia.


Sin embargo, a veces nos encontramos con personas y colectivos razonables y abiertos (¡incluso algún que otro cazador y algún que otro pescador!) que nos devuelven la esperanza y la confianza en nuestros semejantes. Recientemente han organizado entre una entidad administrativa y una asociación de defensa del medio una jornada divulgativa y de sensibilización sobre la conservación, a escasa distancia de una colonia de aves de reciente instalación, perteneciente a una especie que no ha criado en Gipuzkoa por lo menos en los últimos 60 años, y que está actualmente en fase de recolonización. La actividad bien podía interferir fatalmente con la reproducción de esta colonia, incluso hacer que las aves la abandonaran definitivamente. Afortunadamente, los organizadores (que, naturalmente, no estaban al corriente de la existencia de esta colonia, pues su ubicación no ha sido divulgada), tras ser informados por Itsas Enara, accedieron inmediatamente a trasladar la actividad a una zona segura. Desde aquí nuestro reconocimiento y gratitud a Iker, Imanol, Cristina y Anja. Por razones obvias, no queremos dar más pistas, pero tampoco queremos dejar de reconocer públicamente, así sea de esta forma tan críptica, su ejemplar actitud.

Milesker!

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