2013-04-23

Oria Behea: Posible nido en cortado natural de avión zapador

Vencejos comunes (Apus apus), aviones comunes (Delichon urbicum) y golondrinas comunes (Hirundo rustica) se convierte en habituales inquilinos de muchos de nosotros una vez da comienzo la primavera. Como algunas otras aves, han sabido sacar provecho de los ingenios constructivos del ser humano a la hora de acomodar sus nidos. Es conocida su costumbre de habilitar nidos en aleros u otros recovecos de nuestras viviendas.
El avión zapador (Riparia riparia), que tras ser aún nidificante escaso en 1967 (Noval,1967), y al parecer, haber desaparecido completamente de allí al poco tiempo, se re-estableció como reproductor en Gipuzkoa en los 90 del siglo pasado (Etxezarreta, 2010), también presenta ese comportamiento, construyendo muchos de sus nidos en grietas y demás recovecos de muros y escolleras construidos en torno a nuestros ríos,en vez de cavar agujeros en taludes como todavía hace en entornos no humanizados.
Es un caso similar, que no igual, al del avión roquero (Ptyonoprogne rupestris), que dio el salto de la roca a las infraestructuras de hormigón armado en Gipuzkoa a finales del siglo XX. Decimos diferente porque en Gipuzkoa sí que había -y hay todavía- aviones roqueros criando en roca antes de adaptarse al hormigón.

Aviones zapadores en el Oria
Aviones zapadores en el Oria. Autor Xabier Saralegi.

El caso del zapador es diferente, en la vertiente cantábrica del País Vasco, porejemplo,las paredes donde hoy en día instalan sus nidos son completamente artificiales según Etxezarreta (2010), aunque ignoramos sus costumbres de nidificación en la época de Noval. Es por ello, que resulta de gran interés la observación de un posible nido de avión zapador construido en un cortado natural del río Oria. Una pareja de aviones zapadores fue observada en abril de 2013 por un socio de I.E.O.E volando de forma reiterada y posándose en una cavidad situada en un talud del curso bajo del Oria a su paso por Usurbil. Veremos si estos indicios son el preludio de mejores noticias, y no se trata de intentos fallidos de nidificación como los ocurridos hace tiempo en las arenas de Plaiaundi (Belzunce in Etxezarreta, 2010).

2013-04-19

De geoparques y tomaduras de pelo

Había una vez una preciosa comarca costera que albergaba unas formaciones naturales aceptablemente bien conservadas. Sin embargo, al gobierno del país decidió destruir una preciosa marisma que allí había, que albergaba innumerables aves acuáticas, y la destruyó construyendo sobre ella un feo y sucio puerto deportivo. A cambio, decía, conservaría el resto de los ecosistemas presentes: la duna, la trasplaya, los encinares, el resto de la ría, la rasa mareal, los acantilados...

Pasó el tiempo y las instituciones declararon buena parte de la zona biotopo protegido. Pero héteme aquí que nombraron a un geólogo como jefe del cotarro. Los ecosistemas vivos, los que daban realmente riqueza natural al lugar y los que la política de conservación debe atender –pues al ser sistemas vivos pueden extinguirse, al contrario que las piedras, que están muertas y no se extinguen– le importaban un mokordo a este hombre. Tan es así que el primer año de su gestión organizó una concentración multitudinaria en la rasa mareal del lugar, donde vivía una asombrosa comunidad de plantas y animales intermareales, única en Europa. Su idea era que la gente acudiera en tropel a admirar desde la mar los acantilados esculpidos en una formación geológica por otra parte vulgar y abundantísima en la provincia, el flysch cretácico, que aquí llegaba hasta la costa. Con la idea de promocionar el turismo en la zona, hizo ver que el día de la mayor bajamar del año era una ocasión única para visitar la zona, pero se la traía al pairo que ese gentío pateara y pisoteara los campos de algas expuestos en bajamar. Casi 5.000 personas desinformadas, acudieron al reclamo del geólogo, convenientemente propalado por la prensa local.

No contento con esto, este hombre y sus superiores permitieron (argumentando como criterio 'técnico' que en otras zonas protegidas también se celebran), y el ayuntamiento del lugar subvencionó, nada menos que una carrera pedestre de montaña en la zona recién protegida, carrera que se repitió desde entonces anualmente sin que nadie pusiera coto al desmán. Miles de personas pateaban la zona protegida entre ruidosa megafonía y zonas de aparcamiento especialmente habilitadas. La carrera creó de facto nuevos caminos en las zonas antes intactas, en su afán por llevar la carrera hasta el borde del cantil. Se formaron nuevos cauces intermitentes en las zonas pateadas y bicicletas de montaña y paseantes en general comenzaron a imitar a los corredores y siguieron agravando el problema. Desde entonces los procesos de erosión se dispararon y el borde del cantil sufrió progresivos descabezamientos y perdió vegetación. Todo eso no afectaba a las piedras, ya que debajo de las visibles había más y más; sin embargo, el suelo, sustrato de los sistemas ecológicos, se adelgazaba, se desorganizaba y perdía, y lo que antes era un vergel comenzó a volverse un descampado más.

Las instituciones que declararon la zona biotopo protegido se lavaron las manos y pasaron de limitar los desmanes. Siguiendo las indicaciones del geólogo, hábil comercial, promocionaron el lugar como si su principal valor ambiental fueran las piedras y no la naturaleza viva. Implicaron a los ayuntamientos y entre todos fueron haciendo dejadez de su cometido principal: entrevieron una posibilidad de negocio en forma de turismo, y la conservación de la naturaleza podía volverse un desagradable obstáculo para la pasta. Crearon una figura de reciente invención, un “geoparque”, haciendo ver que su objeto era conservar el valor geológico del lugar. Nada de eso había: no era una figura de protección, sino de distinción comercial y reclamo (como las famosas 'banderas azules'). Las formaciones geológicas no necesitaban de mayor protección que una normativa muy fácil de cumplir por los desarrollistas. De hecho la figura protector del biotopo bastaba y sobraba para, a través de su Plan de Uso y Gestión, evitar las afecciones negativas a las formaciones geológicas. Lo que en realidad era el “geoparque” era una marca comercial, un sello turístico que debía ser vendido y rentabilizado. La gran ubre de la que extraer riqueza. Y empezaron a publicitarlo por todos los medios, y el público se creyó el mensaje. En realidad, querían valerse de la existencia de un 'geoparque' para dejar sin efecto y tener una excusa para saltarse a la torera las limitaciones que toda zona protegida impone a las actividades humanas en beneficio de la conservación de la naturaleza. Los impulsores del turismo de la comarca veían la protección de la naturaleza como un obstáculo para su negocio; aunque, eso sí, una foto de un paisaje verde con el mar azul de fondo y blancos acantilados en medio era una imagen de la leche.

Hasta los grupos políticos que habían apoyado la protección y conservación sintieron cosquillas gaseosiles en su trasero y empezaron a considerar la posibilidad de abjurar de sus otrora profundas convicciones.

Entretanto, las instituciones forales, las encargadas de proteger y conservar la naturaleza, comenzaron a construir una camino completamente nuevo pegado a la costa, un camino pavimentado capaz de albergar vehículos, en plenas zonas naturales, atravesando varias ZECs de la red Natura 2000. Un despropósito gigantesco, capaz de generar, por otra parte, un cazo apetitoso para los corruptos comisionistas de turno. Tal infraestructura turística, pues no otra cosa era, también la proyectaron sobre nuestro biotopo protegido. ¿Creéis que el geólogo sufrió porque se iban a hacer desmontes en su querido flysch? ¿Los movimientos de tierra le importaron algo? ¡Naturalmente que no! Las piedras eran la excusa para el negocio, y al negocio había que darle facilidades; un camino tan fácilmente transitable era una bicoca, y apoyó el proyecto con toda su alma. Después de todo, tampoco abrió el pico cuando metieron una grúa de 180 toneladas en pleno acantilado para sacar un barco pirata.

No contento con todo esto, y haciendo sitio a las pretensiones de los ayuntamientos de la zona, apoyó incluir en la oferta del geoparque visitas a cuevas hasta ahora no visitadas, que albergaban poblaciones de fauna amenazada, fauna especializada que únicamente vivía en esas cuevas y cuya supervivencia sería imposible si abrían sus refugios al turismo. No importaba. Sin someter las autorizaciones al criterios de los técnicos en conservación, el geólogo y los munícipes –apoyados, curiosamente, por otro geólogo que resultaba estar empleado y vivir de la empresa que mayores desmanes contra el patrimonio geológico, destrucción de cuevas con yacimientos prehistóricos incluida, causaba en la provincia en cuestión–, decidieron seguir adelante con los faroles.

En esas estamos. Tenemos una zona protegida donde se ha destruido la marisma, se van a destruir la riqueza de las cuevas se va a dejar al desnudo la roca del biotopo, se van a pisotear los campos de algas con sus charcas y esteros, se van a descabezar los acantilados, y todo ello ante los ojos del pueblo, soberano, aunque rematadamente ignorante. 

¡Más habría valido no proteger nada!
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2013-04-06

Negrones comunes en la bahía de la Concha

Estos días llevan dos negrones comunes (Melanitta nigra) en la bahía de la Concha en San Sebastián.

Se tratan de dos bonitos machos que fueron observados ayer por primera vez por Xabier Xaralegi y hoy han vuelto a ser observados por Jon Mugica. Permanecen descansando y a ratos sumergiéndose para pescar seguramente crustáceos.

Los negrones son habituales en la costa gipuzkoana durante el invierno, y no deja de ser interesante su observación en estas fechas de migraciones prenupciales.

Negron comun
Negrón común en el puerto de Donostia. Autor: Xabier Saralegi

Negron comun
Pescando moluscos. Autor: Xabier Saralegi

2013-04-01

Reproducción del cormorán moñudo en Donostia, 2013

Después de varios decenios de extinción, los cormoranes moñudos (Phalacrocorax aristotelis) han vuelto a asentarse en la costa guipuzcoana. I.E.O.E. ha hecho un seguimiento desde que se asentó la primera pareja justo donde se tenía la última cita de reproducción, el cabo de Monpás en San Sebastian (Noval).
La costa de Gipuzkoa a diferencia del resto del Cantábrico no es caliza, es arenisca, siendo este un condicionante más a la hora de la reproducción siendo pocos los acantilados adecuados para el asentamiento de los nidos. La mayoría de los nidos están asentados en el termino municipal de Donostia/San Sebastian, siendo 8 los nidos donostiarras que están activos en el 2.013.

Cormoran Moñudo


Los cormoranes nidificantes han elegido las colonias de gaviota patiamarilla para nidificar, compartiendo territorio con parejas nidificantes de halcones peregrinos, gaviotas sombrías, cuervos y roqueros solitarios. Siendo la evolución de la especie positiva, con una productividad media de 2 pollos por nido.
La evolución de la población de cormoranes moñudos en Gipuzkoa no deja de tener sus sombras, I.E.O.E. se sorprende de la pequeña proporción de ejemplares inmaduros que se contabiliza en la época reproductora, el hecho nos hace pensar en una tremenda mortalidad de los pollos del año.

Cormoran Moñudo


El aumento de embarcaciones que utilizan el trasmallo como arte de pesca nos preocupa, la promoción de insostenibles sendas litorales por parte de las diferentes administraciones, la escalada deportiva, la pesca deportiva con caña a pie de cantil, etc. siguen siendo una amenaza para los moñudos guipuzcoanos.
La ausencia de un plan de gestión de la especie por parte de parte de la Diputación Foral de Gipuzkoa es a todas luces inconcebible.