No es la primera vez que a los conservacionistas nos toca hacer de
Pepito Grillo, de martillo de herejes y de dedo acusador, y ejercer forzosamente cometidos de tal estilo ante la
inoperancia de las instituciones y de los agentes sociales y económicos responsables.
Nos invade una sensación terrible de que llueve sobre mojado y de que aquéllos
a quien pagamos para que ejerzan esa función fiscalizadora y ejecutiva, por un
lado, aquéllos a quienes les afecta directamente la normativa, por otro, y los
informadores, finalmente, todos ellos pasan olímpicamente de la cuestión.
En esta ocasión el motivo nos lo brinda la prensa: Mercado de Ordizia del
18 de enero de 2012: “Aparecen en la plaza las primeras ramas de mimosa”.
Diversos medios nos informaban apenas un par de meses antes de la
aprobación definitiva del catálogo español de especies exóticas invasoras. El
Decreto que lo regula establece un listado de especies invasoras y otro de especies
con potencial invasor. Asimismo, regula cómo se han de gestionar, cuándo procederá
incluir o eliminar especies los listados
y, lo más importante, qué consecuencias prácticas tendrá la inclusión de una
especie en ellos.
El lector a estas alturas lo habrá barruntado: efectivamente, la
mimosa es una especie invasora incluida en el catálogo como tal, y en
consecuencia le son de aplicación las limitaciones que dicta el referido
decreto. A saber:
La
inclusión de una especie en el Catálogo, de acuerdo al artículo 61.3 de la Ley
42/2007, conlleva la prohibición genérica de su posesión, transporte, tráfico y
comercio de ejemplares vivos o muertos, de sus restos o propágulos, incluyendo
el comercio exterior.
Existen, aparte de las propias instituciones, varios sectores económicos que deberían haberse puesto las pilas con este asunto: productores de flor y planta ornamental, comerciantes de animales de compañía, jardineros… todos ellos son susceptibles de contribuir a la importación y a la difusión de especies invasoras. Desconocemos qué pasos se han dado de cara a informar y concienciar a estos sectores; en cualquier caso, en estas circunstancias y en tanto se procede a ello, creemos que ha llegado el momento de acometer este trabajo trabajando con ellos desde Gobierno y Diputación.
Y, en lo que hace a la DFG, quisiéramos reiterar nuestra exigencia de que no se celebre una sola vez más la feria de plantas de colección en el Parque Natural de Pagoeta. No es de recibo llevar deliberadamente a una zona destinada a conservar la naturaleza riesgos de invasiones biológicas. Ahí está Fraisoro, que lo hagan allí.
El problema de las especies exóticas invasoras es grande. Las
consecuencias de su proliferación a veces se quedan en ‘simples’ problemas de
conservación que, a la vista de lo que pasa, parece que importan a muy pocos,
pero en ocasiones causan pérdidas millonarias, como el mejillón cebra o el
hongo Fusarium, importado de
Monterrey por (ironías del destino) las propias diputaciones forales y el Gobierno
Vasco, en su irrefrenable afán de promover aún más el cultivo de pino insignis
en nuestra castigadísima vertiente cantábrica.
Un ejemplo de lo que puede pasar
si no se toma el asunto en serio.
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